El graffiti.
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El graffiti.
El graffiti es un texto o un dibujo (o una combinación de ambos) pintados en un muro, en un portón, en un vagón de tren, en el piso, en una valla publicitaria, en una estatua, en el cubículo del baño de un bar, y en cualquier lugar que se nos ocurra, siempre que tenga la característica de ser un lugar público.
La palabra graffiti viene del griego “grapho” (grabar, escribir) y ya era común encontrarse con inscripciones en la vía pública en la antigüedad grecorromana (también podríamos decir que algunas pinturas y petroglifos rupestres, fundamentalmente las pintadas o grabadas al aire libre, eran el equivalente al graffiti del siglo XX).
El graffiti toma fuerza y se vuelve furor en los años setenta, en Nueva York. Y desde un primer momento (incluso hoy mismo, la mayoría de las veces), como el graffitero no suele estar autorizado a pintar en ese lugar y además se considera generalmente que está “dañando” aquello que pinta con su inscripción o su arte, se trata de una actividad clandestina (algo que exige al artista la habilidad de poder trabajar a toda velocidad, antes de que caiga la autoridad). Por ello, más que arte, en un principio es considerado vandalismo.
Pero es ese accionar clandestino del artista el que le agrega cierto encanto, cierta mística a esta forma de arte “callejero” o “urbano”.
En realidad, el graffiti puede ser arte o no. Puede ser tanto una manera de expresar la visión del mundo de un artista, como apenas una frase escrita a manera de mensaje personal, un mensaje de protesta, una arenga a un equipo de fútbol, una declaración de amor o una propaganda política.
Hablemos entonces del graffiti que es sí arte, el que ha ido ganando consideración desde la acusación de “vandalismo”, y del cual algunos destacados exponentes ya son incluidos en museos y en subastas.
El graffiti es un arte que no es buscado por el espectador sino que va hacia el espectador.
En la historia del arte más reciente tenemos un antecedente del artista expresándose en un lugar público: el muralismo. Pero si bien el muralismo propone un arte fuera del museo, un arte para el transeúnte, para la señora que va hacia la panadería, recordemos que es un arte de encargo, por lo tanto autorizado y que el artista puede realizar con tiempo y sin sentirse “perseguido”.
Y algo fundamental: el graffiti, como no es encargado a un artista elegido por su trayectoria ni tiene otorgado un espacio exclusivo, puede estar entremezclado caóticamente con otros graffitis de cualquier tipo y cualquier calidad (incluso puede ser tapado o “vandalizado” por otros graffitis). Y ahí tenemos entonces un detalle conceptual que nos hace pensar en aquella frase que dice que “el medio es el mensaje”: el caos en el que muchas veces está presentado el graffiti, es el mismísimo caos urbano, con sus bellezas y fealdades entremezcladas. De ahí que tal vez, cuando se lleva un graffiti a un museo, se corre el riesgo de que la obra pierda su aura (su “brillo” original, su “autenticidad”).
Algunos graffiteros fundamentales: Blek le Rat, Jean-Michel Basquiat (comenzó su carrera con ese arte, firmando como SAMO), Banksy, Keith Haring, Lady Pink, El niño de las pinturas, A squid called Sebastian, Blu.
Imagen: Sin título (1982). Keith Haring.
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¿Qué es el “aura” de la obra de arte?
Blek le Rat, el padre del stencil.
Banksy y las paredes que hablan.
Jean-Michel Basquiat, el artista que empezó con el graffiti.
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