Nenúfares.
Historias detrás de las obras de arte.
Los nenúfares en el Museo de la Orangerie, de París. Monet.
Como imagen elegimos una una parte de la obra (inabarcable en una sola fotografía), que incluye su entorno, ya que no se trata de un cuadro sino de toda una experiencia.
Al doble salón oval (que forman una especie de signo de “infinito”, muy significativo por cierto) que presenta esta obras se lo llama la Sixtina del impresionismo, en referencia a la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel.
El espectador se encuentra rodeado, envuelto por imágenes de nenúfares, sauces, reflejos de la luz en el agua y reflejos de nubes, que sumados llegan casi a cien metros lineales del impresionismo más puro.
Monet ha pintado estos paneles en su jardín de Giverny, y se los obsequia al estado francés cuando se firma el armisticio de fines de 1918 (cuando Alemania se rinde en la Primera Guerra Mundial) con la idea de que se erijan como un símbolo de paz.
El mismo pintor participa del diseño de la adecuación de las salas y el modo en que se expondrán los paneles, que incluye la entrada de luz natural para que, acorde a la ideología impresionista, su aspecto se modifique en distintos momentos del día y según las condiciones atmosféricas.
Los salones de Los nenúfares recién están listos en 1927 (unos meses después de la muerte del pintor). Sin embargo, en ese momento esta obra monumental no adquiere su dimensión real en el alma del público, que ya no se apasiona por el impresionismo en una época dominada por el deslumbrante avance de la pintura moderna y sus vanguardias.
¿Cuándo estalla el verdadero éxito de esta obra y pasa a ser venerada y hasta comparada con la Sixtina? En la década del 40, cuando el expresionismo abstracto empieza a causar furor
¿Y qué relación tienen estos nenúfares con el expresionismo abstracto de mucho tiempo después? Los nenúfares con los reflejos en el agua, así como los últimos cuadros del puente japonés, nos remiten de alguna manera a la abstracción de la pintura chorreada de Pollock, o estos paneles inmensos nos llevan a los enormes cuadros con zonas de color de Rothko, donde el espectador queda sumergido en una experiencia sensorial.
En ese momento, el público y la crítica vuelven a fijarse en Monet y empiezan todos a venerar los salones ovales de l’Orangerie.
Monet ha dicho que esta obra crea “la ilusión de un todo sin fin, la ilusión de una ola sin horizonte ni orilla”.
Y los espectadores, sumergidos en ese todo, comprendemos que la mirada puede descubrir universos enteros en una flor, en un reflejo en el agua, en un mínimo rayo de luz de un atardecer.
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3 comentarios
Candela Ruiz · 20 mayo, 2020 a las 8:16 am
Otra es visitar el Museo Marmottan, uno de los secretos mejor guardados de París, donde hay otra serie de nenúfares exhibidos en un subsuelo del barrio de Passy. Es un museo muy apoyado por los japoneses que adoran a Monet, y que contiene más de cien de sus obras maestras y de su colección personal, con telas de Gauguin, Renoir, Degas, etcétera.
Ileana Yarza · 15 enero, 2020 a las 10:42 pm
Adoro la obra de Monet. Me encantaría visitar esta magnífica exposición sixtina.
Lucia Colino · 6 julio, 2019 a las 11:52 am
Me parece un exelente artículo sobre el arte de Monet visto en el momento histórico y artístico en que logra su impresionismo