David

Historias detrás de las obras de arte

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David (1501-04). Miguel Ángel Buonarroti

 

Hacer una escultura es simple: sólo hay que liberar la figura aprisionada en el bloque de mármol quitando lo que sobra.

Este concepto tan provocativo como irónico es producto de la mente, el talento y el ego del más grande escultor de todos los tiempos, el artista que si bien también pinta la obra más espectacular de la historia (la bóveda de la Capilla Sixtina) le gusta jactarse de que no es pintor, considerando esa disciplina como algo menor frente a la escultura.

Hablando de egos monumentales, hay una anécdota genial del día de la presentación del David al público y las autoridades de la ciudad de Florencia. El asombro es unánime, sin embargo, Piero Soderini, un personaje poderoso del gobierno florentino y protector de las artes, para demostrar su gusto exquisito y su conocimiento de experto en la materia, no tiene mejor idea que sugerirle públicamente al escultor que la nariz del David es desproporcionada, demasiado grande.

De retocarla, aumentaría la belleza de la obra de manera considerable.

Recordemos que Miguel Ángel es el más grande de los escultores de la historia y sus conocimientos de anatomía son admirables, aún mayores que los de muchos anatomistas de su época. Es que el joven artista (cuando comienza el David tiene apenas 26 años) se toma tan en serio la anatomía que la estudia hasta tomándose el trabajo de diseccionar cadáveres. Por otra parte, recordemos también que el mérito de Piero Soderini para ganarse un lugar en la historia no ha sido otro que su tonto comentario.

Miguel Ángel, en vez de responderle al magistrado con toda la vehemencia de su temperamento poco amistoso, acepta el consejo del “experto” y se dispone a corregir el error anatómico.
Sube al andamio con un poco de polvo de mármol en la mano con la que sostiene el cincel. Entonces, ante la vista de los notables, simula unos retoques al tiempo que deja caer el polvo. Todos quedan extasiados. Fundamentalmente Soderini, quien felicita al escultor orgulloso de haberlo aconsejado. Ahora sí la escultura es perfecta.

Más allá de la historia divertida de la nariz del David, podemos preguntarnos qué hace a la verdadera genialidad de esta obra. Lo que maravilla a los expertos, y que también nos maravillará a todos los demás si prestamos atención, es que, al contrario de todos los artistas que eligen representar a David una vez que ha vencido a Goliat, Miguel Ángel lo representa en el momento previo al enfrentamiento. El virtuosismo (sumado a sus conocimientos de anatomía) con el que cincela cada músculo en tensión es asombroso.

Una tensión y una sensación de fuerza y una mirada poderosa y terrible que fundamentan el por qué los contemporáneos de Miguel Ángel llaman a ese estilo grandioso “terribilitá”.

En la obra en general de Miguel Ángel, podemos apreciar una de las inquietudes esenciales de un Renacimiento que vuelve a los valores de la Antigüedad clásica: en este caso, la idea neoplatónica de que la belleza del cuerpo humano tiene un carácter celestial.

Observando su David en particular, podemos considerar que la idea es perfectamente válida. Y al mismo tiempo comprender por qué al artista ya desde su propia época se lo reconoce como El Divino.

 

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1 comentario

Felipe López Santiago · 7 enero, 2025 a las 4:29 pm

Unode mis maestros de artes plásticas contó esta historia: en la época del Renacimiento, un rico europeo mandó construir un palacio, y contrató al mejor arquitecto de la región; el palacio quedó terminado y el ricachón fue a revisarlo, y entonces le dijo al arquitecto que la sala principal era demasiado amplia y no tenía columnas que sostuvieran el gran espacio del techo. El arquitecto insistió en que todo estaba bien calculado y que el techo soportaría cualquier esfuerzo. Pues el rico insistió y el arquitecto no tuvo más remedio que agregar todas las columnas que, según el dueño del palacio, eran necesariaa para sostener la bóveda. Muchos años después se hicieron labores de mantenimiento en el palacio, y cuando los trabajadores subieron a lo alto de las columnas, se dieron cuenta de que ninguna de ellas tocaba el techo, solo estaban como decoración y para satisfacer el capricho del rico ignorante y necio.

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