El perdón
Historias detrás de las obras de arte.
¿El primer cuadro del sintetismo?
El perdón o Las bretonas en la pradera (1888). Émile Bernard.
En Pont-Aven, la aldea bretona donde los artistas parisinos con poco presupuesto pasan los veranos pintando, tenemos a Paul Gauguin y al joven Émile Bernard trabajando juntos y generando algo revolucionario, que tendrá una influencia decisiva sobre muchos de los movimientos de las primeras décadas de la modernidad. Algo que se llama “sintetismo”.
Después de asistir a una fiesta religiosa local, la fiesta del Perdón, Bernard empieza a pintar esta obra, al mismo tiempo en que Gauguin está pintando su famosa Visión después del sermón.
Si bien ambos artistas trabajan muy cerca y comparten sus inquietudes y generan esto tan novedoso, más tarde tendrán problemas en el reconocimiento de las ideas: fundamentalmente, Gauguin no le dará a Bernard el crédito que Bernard considerará que le corresponde. La realidad es que Gauguin tendrá tanta ascendencia sobre las nuevas generaciones, y serán tantos los artistas que lo seguirán o que tomarán sus consejos, que Bernard quedará opacado.
Es Gauguin el primer artista en quien uno piensa cuando se nombra la palabra “sintetismo”. Pero tengamos en cuenta algo: lo que es seguro, es que Bernard ya venía trabajando desde el año anterior la técnica del cloisonismo (el utilizar el color por zonas delimitadas por un borde oscuro, como los vitrales o la estampa japonesa, algo que hacía junto a otro pintor, Louis Anquetin).
Lo más importante del sintetismo es que no imita fielmente a la naturaleza: hay una simplificación de las formas, no se hace caso a la perspectiva, la línea se vuelve más “pura”, y los colores son utilizados por el artista para expresar cómo siente las cosas, qué emoción se produce en él al pintar. El color pasa a tener un “significado”.
El sintetismo, en definitiva, busca la mayor fuerza expresiva posible, y por eso tendrá una influencia decisiva en la nuevas generaciones modernas, cuyo espíritu será “expresionista” (el arte ya no se ocupará tanto del mundo exterior al artista, sino de lo que el artista lleva adentro).
Es tal el entusiasmo inicial (cuando todavía no hay ningún recelo entre Gauguin y Bernard), que este mismo año, cuando Gauguin va a instalarse a Arlés en la casa de Van Gogh, le lleva a Vincent este cuadro para que lo vea, para que vea hasta dónde han llegado con las nuevas ideas.
Van Gogh, quien a lo largo de su carrera hace versiones de las obras de los artistas que lo impactan (lo que él llama “traducciones”), pinta su propia versión de esta obra, a la que llama Mujeres bretonas (1888), para contarle a su hermano Theo cuánto lo ha impresionado la obra del joven Bernard.
A partir de ese momento, como podemos imaginar, es cuando Van Gogh empieza a utilizar la técnica cloisonista.
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