El juicio de Paris
Historias detrás de las obras de arte
El juicio de Paris (1913/14). Pierre-Auguste Renoir
El Juicio de Paris, que en consecuencia terminará en una de las historias más conocidas de la mitología griega, La Guerra de Troya, es una de las escenas mitológicas más elegidas por los pintores de todas las épocas.
Y la realidad es que esa elección tiene dos motivos: lo fascinante de la historia, algo indiscutible, pero al mismo tiempo la excusa maravillosa que ofrece al artista para pintar bellísimas mujeres sin ropas (recordemos que no hubo desnudos “injustificados” por una historia mitológica o religiosa hasta hace un par de siglos).
Esa excusa no fue necesaria para Renoir, que pinta esta obra ya en 1908, pero elegimos este cuadro justamente por ser una especie de curiosidad: un impresionista pintando al final de su carrera una escena clásica (aquí Renoir ya “no es impresionista” aunque aún sigue utilizando su pincelada suelta característica).
El juicio de Paris es un mito que comienza con una enseñanza: si has de invitar a todo el mundo a tu boda menos a uno, que ese uno no sea la Diosa de la Discordia.
La bellísima ninfa Tetis y el rey Peleo celebran su boda y no invitan a Eris, la diosa de la que hablábamos. Eris busca una venganza a la altura de su furia por tal desprecio, y arroja en medio del banquete la Manzana de la Discordia: una manzana de oro que dice simplemente “Para la más hermosa”.
El trofeo se lo disputan tres diosas: Afrodita, Atenea y Hera. Y es una situación tan delicada, que tiene que intervenir el mismísimo Zeus.
El más poderoso de todos los dioses del Olimpo delega la responsabilidad de elegir la más bella al mortal Paris, hijo del rey de Troya.
Cada diosa le ofrece a Paris un don, un soborno. Hera (recordemos que es la esposa de Zeus), le ofrece poder. Atenea le ofrece sabiduría. Afrodita le ofrece amor.
Paris elige el amor y le entrega la manzana de la discordia a Afrodita. Ésta cumple con su palabra y hace crecer en el troyano el amor más apasionado que uno pueda imaginar. Es problema es que ese amor, si bien es por la mortal más bella, también es por la equivocada: se trata de Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta.
Paris rapta a Helena y se la lleva a Troya (se habla del “rapto” de Helena, pero podríamos decir “fuga” de Helena con Paris).
Menelao arma una poderosísima coalición de ejércitos griegos para recuperar a su esposa, desatando así una guerra de diez años que acabará con Troya y los troyanos.
Un dato curioso es que la madre de Paris y reina de Troya, Hécuba, cuando aún llevaba a éste en el vientre, había soñado que pariría una antorcha que destruiría la ciudad. Instinto de madre.
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